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LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO DE LA PATRIA.

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sábado, julio 06, 2019

El mundo en el que hoy vivimos nació el 20 de julio de 1969.

El origen del mundo 

por Daniel Molina.

Lo más importante del proyecto espacial de viajar a la Luna es lo que no se vio: los cientos de grandes desarrollos tecnológicos que hoy constituyen casi todo nuestro entorno.

Dentro de dos semanas se cumplirán 50 años de la primera vez que el hombre estuvo en la Luna. ¿Cómo fue posible realizar una hazaña semejante con la tecnología de entonces? La capacidad de procesamiento de las computadoras que le permitieron a Neil Armstrong ser el primer humano que caminó sobre la Luna era ínfimo comparado con el cualquier celular actual. Todas las tecnologías que hoy son de uso cotidiano (incluso en los ámbitos menos desarrollados) no existían en 1969. A pesar de esas limitaciones, en 1969 un ser humano caminó sobre la superficie lunar.

Las grandes diferencias que les permitieron a los hombres de los 60 llegar a la Luna y que le impiden a los hombres del siglo XXI volver a intentar semejantes hazañas no son tecnológicas sino políticas. En 1961 la Unión Soviética había logrado la mayor hazaña tecnológica de la historia: poner al primer hombre en el espacio. Yuri Gagarin había dado una vuelta al planeta en una nave que orbitó más allá de la atmósfera terrestre.
Para poder dimensionar el desafío que significó ese primer viaje de Gagarin (en aquellos años la persona más popular del planeta) debemos recordar que aún no había vuelos directos entre Europa y el sur de Sudamérica. Cada partido del campeonato de fútbol de 1966 se vio por TV en la Argentina con varios días de retraso (el primer campeonato de fútbol que vimos en directo fue el de 1970).

Cuando el hombre llegó a la Luna vivíamos en otro mundo. No solo en el campo tecnológico sino también en el de las relaciones interpersonales, en el cultural y, sobre todo, en el campo político. La década de los 60 fue el núcleo candente de la Guerra Fría, ese enfrentamiento constante (aunque nunca explícitamente militar) entre los EE. UU. y la Unión Soviética. El mundo estaba divido en dos bloques enemigos (y los países que trataban de escapar a esa lógica o mantenerse neutrales terminaban siendo invadidos y avasallados).
Cuando la Unión Soviética logró poner a Gagarin en el espacio en 1961 ganó un prestigio tecnológico (traducido inmediatamente en política) que humilló a los EE. UU. Para superar el golpe, el gobierno norteamericano (liderado por John Fitzgerald Kennedy) tomó una decisión heroica: redoblar la apuesta hasta niveles inconcebibles: ya no solo llevar un hombre al espacio sino permitir que llegue a la Luna (un viaje con miles de peligros y dificultades técnicas infinitamente mayores que la órbita espacial de 1961). Se propuso lograrlo antes de que terminara esa década. Y cumplió.
La inversión necesaria para lograr ese objetivo fue inmensa. Un gasto absolutamente desproporcionado respecto de todos los demás gastos del Estado norteamericano. Hay distintas estimaciones presupuestarias a valores actuales, pero la menor de ellas calcula el presupuesto 1962-1970 de la NASA -la oficina estatal que tuvo a su cargo el viaje espacial- en el equivalente al PBI argentino (o un poco más). Solo la férrea decisión política de cuatro administraciones norteamericanas -en plena guerra de Vietnam, que también exigía gastos desmesurados- pudo sostener el financiamiento de un proyecto que hubiera sido imposible de concebir en cualquier otro contexto.
Quedó la hazaña que se vio en directo por TV en casi todo el mundo. Tres hombres despegaron de la Tierra, viajaron cientos de miles de kilómetros en el espacio y alunizaron en nuestro satélite. Dos de ellos bajaron de la pequeña nave en la que viajaban, caminaron en la superficie lunar, recogieron algunas muestras, tomaron fotos, pusieron una bandera norteamericana. Y los tres volvieron al planeta, sanos y salvos. Parece mucho, pero dice poco de lo gigantesco que fue el esfuerzo científico, técnico, político, financiero y cultural para lograr ese objetivo.
Pocos años más tarde EE. UU. ya no pudo sostener semejante apoyo económico a un proyecto que, encima, no daba los mismos réditos propagandísticos que en 1969 (la gente se acostumbró rápido a los alunizajes y el rating de la TV cayó en picada). El esfuerzo gigantesco que demandó poner al hombre en la Luna tuvo su logro propagandístico (que era lo que impulsó la misión) resumido en la gran frase pronunciada por Armstrong al bajar del módulo lunar y pisar la superficie de nuestro satélite: “Un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.
Sin embargo, lo más importante de ese proyecto espacial es lo que no se vio: los cientos de grandes desarrollos tecnológicos. Sino hubiera existido el afán de poner el hombre en la Luna casi todo lo que hoy constituye nuestro entorno técnico no existiría: desde los nuevos textiles e los instrumentos sofisticados hasta las telecomunicaciones electrónicas y los estudios médicos de avanzada (la tomografía computada y la resonancia magnética, los implantes, el monitoreo cardíaco a distancia y tantos otros). El mundo en el que hoy vivimos nació el 20 de julio de 1969.
Así de enorme fue el salto para la humanidad que dio Armstrong aquella noche de hace medio siglo.
Publicado en Diario "Río Negro", 6 de Julio de 2019.

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