El corsé: de símbolo de opresión a grito feminista.
Una pieza que entiende de polémica y estelariza un revival curvilíneo y audaz.
El corsé, arma de belleza. Fuera de las “faintingrooms” (salas para desmayarse) que algunas casas ofrecían a las portadoras de corsé, esta pieza originada en Creta (Grecia) vio pasar los siglos como herramienta para obtener la silueta de moda. Mucho antes de los encajes o los moños propios de la era eduardiana, el corsé admitía hierro, madera, acero, huesos de ballena, colmillos de morsa, astas. Lo que fuera con tal de afinar cintura, aplanar abdomen o realzar el busto.
Irónicamente, las primeras imágenes del corsé revelan adeptos de ambos sexos. La civilización minoica añoraba tener cinturas angostas y, ya de niños, mujeres y hombres llevaban una suerte de faja para evitar lo contrario. Salvo alguna que otra excepción en el siglo XVI, cuando españoles e ingleses se valieron del corsé para esculpir cuerpos atléticos, la prenda quedaría relegada al “segundo sexo”.
La carga religiosa de la Edad Media dotó al cuerpo de un carácter pecaminoso; tanto que la ropa debía cubrirlo de pies a cabeza. El corsé sólo se dejó ver en ilustraciones del demonio (c. siglo XII). No obstante, debajo de las pesadas capas textiles de sus mujeres, comenzaba a tomar forma un ítem imprescindible de la Europa de los siguientes tiempos.
A la aristócrata francesa, Catherine de Medici, se le debe la imposición de las cinturas entalladas en el 1500. Una moda que se propagó entre cortesanas y, en vez de seguir líneas orgánicas, adoptó curvas y volúmenes estrafalarios. En esta época, el corsé podía anudarse por detrás o por delante. En España, se agregaba una pieza vertical de madera o asta llamada busk. Utilizada para aplanar el frente, también se les ofrecía a pretendientes como “premio” cuando mostraban interés en una lady.
En el siglo XIX, el corsé era un regalo frecuente de parte de amantes y maridos, que escondían poemas de amor y fotos dentro de las piezas. Ese siglo se gestó con líneas suaves, naturales, y terminó con piezas rígidas, casi estrambóticas, que contenían cerca de cien huesos de ballena.
El último boom del corsé antes de la Primera Guerra Mundial (principal motivo de su extinción), fue el de la Gibson Girleduardiana. Más sinuoso que sus ancestros, evocaba la curva de la letra S y se componía de materiales delicados. Los mismos que las guerras harían desaparecer.
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