Septiembre de 1928. Un hombre está parado al lado de un buzón porteño desde hace horas. Cada tanto, aparece alguien con una carta en mano, se la entrega y le paga. Un curioso lo observa, también desde hace rato, hasta que se anima y le pregunta qué hace. Soy el dueño del buzón y recaudo el franqueo que abonan los remitentes, le contesta. Charlan. Y llega una confesión: Necesito vender el buzón, ¿sabe? Para viajar a visitar a un pariente enfermo... ¿Usted no lo quiere? El "dueño del buzón" completa la transacción y esfuma. Lo que queda es el "comprador" tratando de cobrar a quienes se acercan a dejar cartas, inútilmente, claro.
Así, con una banda de vivillos atrapando a incautos, nació el "sistema que derivó en la frase 'vender buzones'". Lo cuenta el historiador Daniel Balmaceda en su libro Historias de letras, palabras y frases (Sudamericana, 2014), donde cita a Alberto Thaler, quien se dedicó a estudiar los "cuentos del tío".
Hay otras versiones del origen de esa frase y sus variaciones, como "Te vendieron un buzón". Pero todas giran alrededor del mismo eje: la tristemente célebre avivada porteña. Las víctimas son a veces inmigrantes que no hablan bien el español, gente que llega desde el exterior o del interior, que no sabe de qué le hablan o que es demasiado confiada para el estandard local. Y que, a veces, le paga al "dueño del buzón" un porcentaje de lo que el Correo cobra por el envío.
Publicado en Diario "Clarín", 15/08/2018.
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