Hace medio siglo, los conflictos entre distintas ramas del peronismo engendraron Montoneros y la Triple A. Tanto el salvajismo como la forma de pensar de ambos fueron emulados por la dictadura militar, de ahí la llamada “guerra sucia”. Por fortuna, desde entonces mucho ha cambiado, pero así y todo el país sigue pendiente de la confusa interna peronista. Aunque por un rato los kirchneristas querían separarse del tronco del movimiento, saben que para triunfar en las elecciones necesitarían aferrarse a él, mientras que otros de prosapia peronista creen que la facción es una excrecencia venenosa que, para bien del país, tendrían que extirpar.
Así pues, Miguel Ángel Pichetto atribuye su decisión de ser el compañero de fórmula de Mauricio Macri a que en octubre o noviembre el país tendrá que optar entre el orden republicano y un régimen autoritario. Alberto Fernández discrepa: insiste en que Cristina ya no es la misma persona que criticó con tanta contundencia algunos meses atrás. Por su parte, Sergio Massa, al acercarse a la señora que hasta hace poco colmaba de insultos dignos de Alberto, habla como si a su entender la gran prioridad nacional fuera echar a Macri de la Casa Rosada para que otro –no importa quién– tome su lugar. Habrá sido por tal motivo que se alejó de Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey que siguen caminando solos por la cada vez más estrecha “ancha avenida del centro”.
Que el país se haya “polarizado” al acercarse a las elecciones no es sorprendente, es lo que suele suceder en los países presidencialistas. Lo que sí extraña es que en esta oportunidad los candidatos a vice importen tanto o más que quienes encabezan sendas fórmulas. En el caso kirchnerista, no cabe duda de que Cristina, la que, luego de consultar con su almohada y tal vez con su hijo Máximo, anunció que Alberto sería el candidato de su agrupación, hará todas las decisiones significantes. En el del oficialismo el asunto es menos claro, pero Macri no podrá sino entender que su propio destino electoral dependerá en buena medida de la capacidad de Pichetto para convencer a los compañeros de que la coalición actualmente gobernante se ha peronizado. Es por dicha razón que el senador ya participe de las reuniones del gabinete macrista.
Si bien a los peronistas de antes les gustaba hablar de la “unidad monolítica” de su movimiento, es merced a la atomización que han logrado influir tanto en la vida política y cultural del país. Están en todas partes. Puede que el peronismo haya estallado, pero lo ha hecho de tal manera que lo que en otras circunstancias sería tomado por un derrota se asemeja a un triunfo. Gane quien gane en octubre o noviembre, muchos peronistas cantarán victoria.
¿Tiene razón Pichetto cuando dice que al país le toca elegir entre el republicanismo por un lado y el autoritarismo por el otro? Aunque Alberto Fernández y Cristina procuran hacer pensar que son dechados de tolerancia, muchos simpatizantes están asumiendo actitudes belicosas al aludir a la conveniencia de remplazar el sistema judicial existente por uno totalmente politizado y de perseguir como corresponde a periodistas culpables del crimen de leso kirchnerismo. Así las cosas, no es absurdo temer que, si volvieran al poder, algunos militantes buscarían vengarse de los agravios que, según ellos, les han propinado secuaces de “la dictadura macrista”.
Con pocas excepciones, los analistas coinciden en que los resultados de las elecciones dependerán casi por completo de la evolución de la economía en los meses próximos. Si muestra señales de recuperación o, por lo menos, estabilidad, la fórmula Macri-Pichetto triunfará. Si la crisis se profundiza, la de Fernández-Fernández se impondrá.
Desde el punto de vista de los kirchneristas, esta presunta realidad plantea un dilema. Si adoptan posturas moderadas, jurando que nunca se les ocurriría negarse a pagar la deuda externa, los mercados se tranquilizarán, lo que ayudaría a los macristas; pero si insinúan que romperían con “el mundo”, podrían alarmar tanto a los indecisos que no les sería dado aprovechar los problemas económicos que, para desesperación del gobierno actual, provocarían.
De todos modos, en opinión de Pichetto y otros peronistas moderados, además de sus nuevos socios macristas y radicales, hay mucho más en juego que el futuro económico inmediato. A su juicio, el electorado optará entre dos modelos. Uno es el venezolano, en que el voluntarismo autoritario ha destruido la economía; otro es, digamos, el uruguayo, ya que, sin que se haya pisoteado ningún derecho democrático, el “paisito” ha avanzado tanto en los años últimos que en la actualidad el producto per cápita supera ampliamente al argentino.
Publicado en Diario "Río Negro", 21 de Junio de 2019.-
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