El plan de Laura Catena para crear un vino que añeje por 100 años.
La directora de la bodega Catena Zapata se convirtió en embajadora del vino argentino en el competitivo mercado estadounidense gracias a su compromiso full life con la promoción de Mendoza y del malbec.
Nacida en Mendoza, Laura Catena es la embajadora del vino argentino en los Estados Unidos. Auténtica trotamundos, su frenética vida se reparte entre Cuyo, California y otros rincones del planeta donde la causa del malbec la convoque. Incansable investigadora, su perfil multifacético es un perfecto assemblage de conocimiento, pasión, simpleza y sensibilidad.
Directora de Bodega Catena Zapata -premiada recientemente con el Extraordinay Winery Award 2017 por el gurú vinófilo Robert Parker- y de su emprendimiento personal, Bodega Luca, es bióloga egresada de Harvard y médica recibida en Stanford. Por si fuera poco, fundó el Catena Institute of Wine, labor por la que ha sido reconocida por los más prestigiosos críticos especializados de The New Yok Times, Wall Street Journal y The Economist.
En un reciente y efímero paso por Buenos Aires, Catena presentó en sociedad Oro en los viñedos, un libro de arte digno de colección que recopila las historias ilustradas de las etiquetas más importantes del mundo. “El texto devela las apasionantes historias de amor, traición y sacrificio que dieron origen a las bodegas más famosas, acompañadas por dinámicos dibujos”, definió en un encuentro exclusivo con Clase Ejecutiva.
¿Cómo nace Oro en los viñedos, ese libro que rescata la gesta desconocida de las familias más importantes de la viticultura mundial?
La idea del libro comenzó a gestarse hace 25 años, cuando decidí repartir mi vida entre la Medicina y el vino. En aquel entonces, me sumé al gran desafío que se había propuesto mi padre (Nicolás Catena) de elaborar vinos capaces de competir con los mejores del mundo y me convertí en una estudiosa de los grandes e históricos viñedos. Adquirí muchos conocimientos durante mis primeros viajes a Italia y Francia, donde pude degustar consagradas etiquetas de renombre internacional. Asimismo, durante mi época universitaria -primero en Harvard, luego en Stanford- me terminé de enamorar del tema. ¡Recuerdo que bebimos con mi padre un Chateau Lafite, en copas Ridel, maridado con pizza en mi cuarto de estudiante!
Según su experiencia directa, ¿qué vincula a los viñedos más importantes del mundo?
Cuando empecé a definir el concepto del libro, me di cuenta de que las familias involucradas tenían numerosas cosas en común. Todas habían pasado situaciones terribles: desde guerras hasta tragedias personales. Sin embargo, cada una de esas familias logró fortalecerse a partir del objetivo de elaborar vinos inolvidables, que nacen de las piedrecitas de los suelos. Me gustó la idea de contar historias llenas de pasión y personajes maravillosos.
Y una de esas historias involucra a los Catena…
Exacto. El último capítulo está dedicado a Adrianna Vineyard, plantado por mi padre en 1992. Nosotros también sufrimos tragedias familiares y resurgimos a partir de la meta de hacer vinos de excelencia. Tras haber estudiado los grandes viñedos del mundo me pregunté si, finalmente, habíamos alcanzado el máximo nivel. Hoy puedo decir, orgullosa, que el Mundus Bacillus Terrae Malbec, de Adrianna, simboliza el principio del fin de nuestro sueño. Hemos alcanzado el nivel de los grandes vinos del mundo, esos que son inolvidables, añejables, únicos. Por otro lado, es el inicio de la historia de este fantástico vino. Ahora tenemos que contar nuestro cuento al planeta, como lo han hecho las más prestigiosas bodegas.
¿Y cómo fue que los Catena dieron con “su” oro en el viñedo?
Tengo una teoría muy peculiar: si uno sale a buscar el oro, no lo encontrará. Si uno piensa que va a hallarlo, no lo hará de ningún modo. Mi padre plantó en Adrianna buscando el frío. Pero lo curioso es que no sabía que ese lugar reposaba en el cauce de un río seco que, con el paso de los años, se había movido por la actividad volcánica, sísmica y eólica hasta crear un sinfín de parcelas muy ricas en su diversidad. Al vinificar las uvas de cada pequeño pedazo de tierra en forma separada, encontramos el oro, pero fue de manera azarosa.
¿Entonces fue obra del azar que te convirtieras en una especialista en el estudio de parcelas?
Así es. Empecé a estudiar cada una de ellas en el Catena Institute of Wine, donde nos dedicamos a analizar minuciosamente cada piedrita y planta del viñedo. Es una situación idéntica a la crianza de los hijos. Porque, desde mi punto de vista, lo peor que uno puede hacer es tratarlos a todos por igual: cada hijo necesita un tipo de madre o padre diferente. En el viñedo pasa lo mismo: necesita podas, riegos, variedades y tiempos de cosecha distintos. Eso permite que cada una se destaque y dé lo mejor de sí a partir de sus propias características.
¿Cuando falla la técnica se necesita la suerte?
El viñatero puede tener toda la técnica, pero el paso final es la suerte. Una vez le dije al agrónomo que me acompañaba que las vides de Adrianna se veían desparejas. Me respondió, sin dudar, que debíamos arrancar las plantas con una topadora, mezclar el suelo y replantar. A pesar de mi enojo, entendí que estaba frente a un terruño similar al de los grandes viñedos que había visto en Borgoña, caracterizados por la diversidad de suelos y pendientes.
¿Decidiste contar las historias de las grandes bodegas del mundo en formato ilustración para tener más llegada a las nuevas generaciones, cuya cultura visual es dominante?
Lo hice para preservar las tradiciones que necesitamos transmitir de generación en generación. Los niños de las escuelas primarias de Mendoza realizan visitas a las bodegas. ¡Que tengan entre 10 y 12 años no significa que se convertirán en alcohólicos por esas excursiones! El vino es un producto artesanal que simboliza cultura, campo, naturaleza, historia. Para los mendocinos es fundamental entender, desde pequeños, cómo se produce el vino. En Francia se da la misma situación. En cambio, jamás un grupo de estudiantes iría a una bodega en los Estados Unidos, porque se considera algo horroroso. Ahora, la idea de las historias en formato ilustraciones no fue para contárselas puntualmente a los niños o jóvenes… Existe una dicotomía absurda entre el libro infantil y el adulto que quise desafiar. ¿Por qué un adulto no podría leer un libro ilustrado? Es una regla que no sé quién estableció. Me divierten mucho los dibujos y, en especial, las historias del vino se prestan a las ilustraciones, porque existen diversas geografías y personajes dantescos, de película. La palabra puede describir a alguien, pero en compañía de una ilustración es infinitamente más poderosa. Además, las descripciones técnicas son muy aburridas. Si le damos una vuelta de tuerca al texto, tendremos más ganas de leerlo. Lo científico -soy bióloga- debe incorporar ilustraciones, que no son propiedad exclusiva del colegio o la universidad. Creo que este libro rompe un paradigma.
¿Qué similitudes y diferencias hay entre este libro y Vino argentino, el primero que publicaste?
Ambos han sido escritos porque alguien tenía que narrar los temas propuestos. Mi idea, en los dos textos, fue contar historias divertidas de diferentes lugares. Hay una gran investigación detrás. En Oro en los viñedos sentí que había una necesidad de reunir los grandes vinos del mundo en un solo libro y de manera ilustrada. Asimismo, en Vino argentino armé un completísimo listado de bodegas. Más allá de Catena Zapata, escribí grandes cosas sobre mis competidores, quienes actualmente están muy contentos con mi libro y lo venden en sus respectivos wine shops. Esto demuestra que se ha conformado un
muy lindo grupo de productores vitivinícolas en Mendoza. Por otra parte, nadie había escrito un libro en inglés sobre el vino nacional, pensado para que el turista tome como referencia.
¿Por qué un buen vino es como un buen libro?
Los vinos que he tomado -y no he olvidado- tienen un sabor único, que perdura a través del tiempo: son añejos, evolucionados, intensos. Las etiquetas jóvenes, en general, no me conmueven. Con el paso de los años, los vinos adquieren aromas terciarios, complejidad y pasan a ser inolvidables. Cuando uno los abre siente una magia indescriptible, una explosión aromática seductora. Una etiqueta que guardaré para siempre en mi corazón es el Chateau Latour 1939, descorchado especialmente para un cumpleaños de mi padre. Otro exponente inmortal para mis sentidos ha sido el Lafite 1982, año de nacimiento de mi hermana. Este producto tiene aromas a… ¡lápiz! Quedan para siempre grabados porque tienen sabores únicos y especiales, pero también una historia familiar peculiar, distintiva. Del mismo modo, un gran libro también trasciende el ser, emociona y persiste in eternum.
Pionera de raza
Laura Catena es reconocida en todas las latitudes como la “cara” del vino argentino, fundamentalmente a partir de su activa participación en promover la región vitivinícola de Mendoza y las virtudes del malbec nacional. “Mi obsesión es incorporar cada vez más conocimientos sobre viñedos de altura, el microbioma del suelo y el potencial de guarda de los vinos”, confiesa.
¿Qué implica ser la embajadora del vino nacional?
Una gran responsabilidad. Si fallo, no es sólo por mí sino por un país entero. Eso me motiva todo el tiempo. Creo mucho en el vino argentino y hago mi trabajo con enorme alegría. No pago solamente salarios de gente que trabaja para Catena Zapata o compro un terreno para plantar una viña, sino que estoy ayudando a la provincia de Mendoza. Hacer algo por los otros me empuja hacia adelante.
¿Cuál es tu diagnóstico de la industria?
La veo entusiasta. Lo fantástico del productor vitivinícola nacional es que cree que hace -o desea hacer- el mejor vino en el país. Jamás encontrarás un bodeguero que elabore vino barato como su único producto. El enorme afán del argentino por encontrar el oro hace que nunca se achanche ni se dé por vencido. Además, tengo otra teoría: nuestros vaivenes económicos no nos dejan sentir cómodos. Un productor vitícola nunca se relaja ni se conforma con tener su platita, sino que piensa siempre en su próximo vino. ¡Es algo fantástico!
¿Es cierto que desarrollaste un master plan para los próximos 100 años?
En eso estoy… Soy médica y bióloga, por ende, me muevo como pez en el agua en materia de viticultura y enología. Desde muy joven trabajo en el viñedo y la bodega. Si bien no estudié negocios, cuando empecé a desempeñarme en el rubro tuve que salir a vender y a hablar con los importadores que querían saber cuál era el plan proyectado a tres o cinco años. ¡No lo podía imaginar! Si ni siquiera sabía si la siguiente cosecha sufriría heladas, ¿cómo iría a imaginar algo a mediano y largo plazo? Mi plan era de supervivencia. Sin embargo, me gustó la idea de pensar a futuro. Así, después de haber probado un vino de 70 años, me propuse armar un plan
centenario.
centenario.
¿Por qué es viable y, al mismo tiempo, deseable proyectar un vino centenario?
Quiero hacer un vino que añeje por 100 años. Es que cuando le conté a mi hijo Dante que había probado un vino de 7 décadas, me preguntó: “¿Por qué no tenemos uno de Catena con tanta longevidad?” ¡Fue una cuchillada en mi corazón! Le respondí que hacíamos vinos en esa época, pero que no los elaborábamos para evolucionar. Su respuesta fue: “Quisiera, algún día, tomar un vino de la familia con mis hijos y nietos”. En ese momento hice un clic. Y decidí armar un plan centenario: plantamos viñedos pensando en un siglo y estamos recreando el añejamiento para ver qué parcela puede durar ese prolongado tiempo. Lo bueno es que no voy a saber cómo terminará. Por lo tanto, no me voy a poder amargar (risas). Voy a ser pionera en el tema y me siento muy contenta por ello.
Te obsesiona el añejamiento. ¿Qué tan lejos está el país de elaborar vinos de guarda como en Europa?
Definitivamente, hoy producimos vinos con un excelente potencial de guarda. Parte del cambio se debe a que no vinificamos con sobremaduración de la uva ni utilizamos el roble en exceso. En el Catena Institute of Wine estamos haciendo estudios específicos sobre el añejamiento. Es algo inédito, que no existe en otra parte del mundo. Lo que hemos descubierto es que, para envejecer de la mejor manera posible, un vino debe tener un ph bajo (más acidez) y taninos inoxidables de buena calidad, en su justa medida. Asimismo, no puede presentar problemas de contaminación bacteriológica y debe poseer un carácter que le permita perdurar en la Historia. Hoy añejamos parcelas por separado para ver, en unos años, cuál resulta mejor. No sé si tendré la respuesta científica, pero podré cuantificar el tiempo de añejamiento ideal de cada una de ellas. Puedo afirmar con absoluta certeza que los vinos argentinos tienen muy buen potencial de guarda porque tenemos un clima privilegiado de altura que nos da frío, phs bajos, buena cantidad de taninos y alcoholes moderados. Eso nos permite una óptima maduración antes del comienzo de la lluvia y la llegada de las temperaturas bajas, características necesarias para obtener excelentes resultados.
Muchos se preguntan qué viene después del malbec en la Argentina…
¿Vos le preguntarías a un productor de Borgoña qué viene después del pinot noir? En Catena Zapata siempre estamos con proyectos diferentes como, por ejemplo, obtener bonardas muy interesantes. Pero es eso y el malbec: no es eso o el malbec. Debemos comprender que nuestra variedad emblemática es histórica, data de la época de los romanos. Ha sido la uva más famosa en la Edad Media: Eleonora de Aquitania lo tomaba con el rey Enrique II. Además, era componente importante del assemblage de los grand cru franceses clasificados en 1855. Es un cepaje súper delicado, que se cosecha tarde, muy susceptible al frío y a la falta de sol. Por eso se adaptó de maravillas al clima seco y soleado de Mendoza.
¿El valor diferencial del malbec argentino es su identidad y diversidad?
¡El malbec argentino es distinto entre dos parcelas contiguas! Tenemos un abanico inmenso de estilos. De Patagonia a Altamira, de Luján de Cuyo a Salta, el universo es infinito. Y debemos seguir explorando qué más puede darnos esta magnífica variedad. El futuro es descubrir el malbec en toda su grandiosidad y todas sus diferencias en cada uno de los terruños. Me entusiasma la idea de investigar los malbecs añejables. Mucha gente no sabe lo que es un malbec con 10 años de botella. Por supuesto, la Argentina tiene una increíble diversidad climática y puede desarrollar muy bien otras variedades: amo la bonarda, cepa sublime, o nuestros chardonnay de altura, que están al nivel de los mejores del mundo. Asimismo, en Catena estamos plantando torrontés en Gualtallary, Valle de Uco, pues queremos ver cómo se comporta en un clima más frío. Existen un montón de opciones en paralelo al malbec, que seguirá siendo siempre nuestro símbolo.
¿Cuánto influyó Catena Zapata en el posicionamiento del malbec argentino en el exterior y viceversa?
En mi familia hacemos lo que sea necesario. Y tenemos un lema: “Si no vendemos vino, no podemos plantar viñedos”. Es decir, cada vez que vendo una botella, tengo un poco más de dinero para plantar viñas, que es lo que realmente me interesa. Recuerdo un día -a principios de los ‘90, aún siendo médica-, en los Estados Unidos, en el que salí a la calle con una botella de Catena Malbec. Pasé por 6 vinotecas y todas me dijeron que no les interesaba el producto o no lo podían vender porque nadie sabía lo que era. Mi padre me dijo, entonces, que cuando le creyeran que podía producir un gran vino, después iría con el malbec. Así, empezó a exportar cabernet sauvignon y chardonnay. ¡Él fue el verdadero pionero en la exportación de esas variedades! Resultó la gran puerta de entrada para el malbec en el exterior. Además, hubo un hito que nos marcaría para siempre: en 1999, The Wall Street Journal publicó el primer gran artículo sobre esa variedad, y nuestra bodega fue nombrada como la número uno. Ahí empezó a cambiar la historia: durante 10 años, nos dedicamos a comunicar la variedad; luego, el Catena Alta Malbec llegó a costar u$s 300. Comenzamos vendiendo, uno por uno, a u$s 20, hasta que el rumbo cambió.
¿Por qué es tan importante la dimensión cultural del vino?
Un vino es lo que es gracias a toda la historia de éxitos y fracasos que tiene detrás. ¿Qué otro producto comestible puede durar 100 años? Cada botella es diferente de la otra. El vino cuenta tradiciones y forma parte importante de la cultura de un país. Creo fervientemente en la permanencia de las costumbres. Siempre se puede hacer algo nuevo, pero lo importante es no apurarse ni olvidar el pasado. El amante del vino lo aprecia y valora.
Estirpe vínica
Laura Catena es cuarta generación de viticultores. Aún hoy recuerda aquellos gratos momentos de la infancia, vivenciados junto a su querido abuelo Domingo en la bodega del minúsculo distrito La Libertad. “Han sido tiempos fabulosos, que me marcaron a fuego”, cuenta, orgullosa, quien en 1995 se uniría a su padre, Nicolás Catena, para luego convertirse en la Directora General del emprendimiento vínico pionero en apostar al malbec y descubrir los terroirs de altura extrema.
En casi 25 años, ¿cómo evolucionó el vínculo con Nicolás, tu padre?
Defino nuestra relación con la expresión norteamericana daddy´s girl. Nos une un vínculo muy especial. Tenemos una afinidad intelectual muy grande. Ambos somos híper lectores, analíticos, muy estudiosos. Estudié Medicina y Biología sin intenciones de regresar al mundo del vino. Sin embargo, volví al país para ayudar a mi padre a lograr su objetivo de posicionar al vino argentino entre los mejores del mundo porque entendí que iba a necesitar mi apoyo para consolidar el trabajo técnico, la investigación y el estudio. Así, comenzamos a viajar por el mundo para entender el porqué de la grandilocuencia de los vinos magnánimos. Juntos, teníamos que convencer al mundo de que en nuestro país también podíamos lograr algo inmenso. Al principio, mi padre viajó solo y con mi madre. Luego me sumé al proyecto para contarles a todos nuestra historia familiar. Así lo hicieron los Gaja o los Antinori, que recorrieron todas las latitudes con su cuentito personal. Me incorporé a Catena Zapata porque mi padre me necesitaba. Y mi patria también.
¿Les costó alcanzar pautas de entendimiento y trabajo conjunto?
Nada. Muchos me siguen diciendo que es muy complejo trabajar con el propio padre. Para mí, en cambio, ha sido muy fácil. Mi papá siempre me entusiasma: está las 24 horas del día disponible, al pie del cañón. Nunca me criticó innecesariamente, sino que me ha enseñado con argumentos. Desde el minuto cero hemos trabajado muy bien. Cuando empecé a tener más experiencia, nos empezamos a dividir las tareas. Hoy, lo llamo cariñosamente “mi arma mortal”: cuando tengo un problema en la bodega que no puedo resolver, el único que puede hacerlo es mi padre. Si le pido algo, lo hace a la perfección. Pero sólo requiero algo suyo recién cuando me doy cuenta que estoy frente a un tema que realmente no puedo solucionar. Él hace lo mismo conmigo: cuando tiene una dificultad seria, me consulta. La relación es muy cercana a la perfección... Le doy mucho crédito en todo. Además, tiene un trato muy dulce, amable y simple conmigo. Yo sería más severa con mis opiniones. Sin embargo, con mis hijos adopté su dulzura.
¿Te pesó en algún momento ser “hija de”?
Jamás me pesó en sentido negativo. Nunca me hizo sentir mal. Sí confieso que ha sido difícil, pues implicó una enorme responsabilidad. Soy una persona muy dedicada y trabajo duramente día tras día. No me hubiese gustado que pensaran que soy una acomodada. Hubiese sido la peor deshonra, lo más terrible que me podría pasar... Mi padre nunca me hizo sentir que era “hija de”. Cuando desembarqué en la bodega lo hice para aprender desde la humildad. Aunque fuese muy inteligente o familiar directo, es importante comprender que hay otros que saben mucho más que uno. Es un consejo que les doy a todos: hay que aprender y no utilizar el poder de ser parte de la familia. Siempre he sido muy consciente de ello. Lo mejor que me pasó fue haberme recibido de médica, pues siempre tuve mi propia profesión, donde he sido una más, con jefes que me dieron órdenes. Trabajar para alguien y ser jefe me dio más herramientas para desempeñarme en el mundo laboral.
Más allá de tu padre, admirás profundamente a las mujeres de la familia. De hecho, les dedicaste tu último libro.
Cuando escribí Oro en los viñedos lo hice con la mera intención de remitirme a las bodegas. Sin embargo, percibí que en la mayoría de las historias que habían consagrado a los hombres, existía una mujer importante detrás. Y, lo paradójico, es que no se hablaba mucho de ellas. Entonces, decidí rectificar el modo en que se había contado la historia, dándoles un rol a aquellas damas silenciosas que acompañaron a sus maridos. Cuando terminé el libro, decidí dedicarlo a las mujeres que me inspiraron en la vida: mi abuela materna, La Acicita (escritora); mi abuela paterna, Angélica (mentora intelectual de mi padre, su principal deseo fue que él ganase el Nobel); mi madre, Elena (fuerte e inteligente); mi hija, Nicola (incansable compañera de juegos); mi bisabuela, Nicasia (me enseñó a jugar y amar); mi hermana, Adrianna (doctora en Historia, egresada de la Universidad de Oxford), mi suegra, sobrinas, primas, tías y cuñadas.
¿Y cómo te llevás con tus hermanos?
Muy bien. Logramos dividirnos las tareas que más nos gusta hacer. Ernesto vive en San Francisco y hace sus propios vinos. De parte suya tengo tres sobrinos, que adoro. ¡Me considero muy buena tía! Lógicamente, los dos competimos sanamente por hacer el mejor vino. Adrianna está al frente del proyecto vínico El Enemigo junto a Alejandro Vigil. Tengo una relación de mucho respeto con mis hermanos, y eso es muy loable. Somos todos muy diferentes, pero mantenemos un gran vínculo. Una vez más, le doy crédito a mi padre, que cumplió con la regla de no tratar a todos los hijos por igual, así como en la viña no se tratan a todas las parcelas del mismo modo.
Ciencia en la botella
En 1995, Laura Catena fundó el Catena Institute of Wine con el objetivo de elaborar vinos argentinos capaces de competir con los mejores del mundo. Actualmente, en colaboración con la Universidad de California, Davis, y la Universidad Nacional de Cuyo, lidera proyectos de investigación y desarrollo, con el fin de ampliar las fronteras del conocimiento vitivinícola, trasladándolo a técnicos y a la gran comunidad internacional.
¿Por qué el Catena Institute of Wine es una pieza clave para la viticultura argentina y mundial?
Es un instituto que fundé con la idea de hacer una selección de malbec, cepa antiquísima que en Francia había perdido toda su diversidad. En la Argentina, al contrario, se expresa de mil maneras. A partir del objetivo inicial de aquella selección de plantas, dimos un paso más y nos pusimos a estudiar nuestro peculiar clima de altura, inédito en el mundo. Como el malbec había sido abandonado en el resto del planeta, nuestros estudios nos posicionaron como una institución muy seria de la Argentina. Nuestra visión actual propone utilizar la ciencia para preservar la naturaleza y la tradición. El vino es algo histórico y no podemos permitir que cambie o se pierda. Podemos encontrar nuevas zonas, regiones, variedades y estilos, pero la cultura del vino mendocino debe preservarse. Para ello, tenemos que entender nuestra tierra. Actualmente, estoy estudiando los microbios, las piedritas, los efectos del agua, los pastitos, los insectos, los nutrientes y los minerales. ¡Para resguardar la naturaleza, primero la tengo que entender!
¿Cuál es la fórmula para elaborar los vinos top de Catena Zapata?
Trabajo mucho con enólogos y viticultores. Como Alejandro Vigil, quien tiene mucha experiencia en suelos y viñedos, algo fundamental para llegar a buen puerto. ¡Me encanta que los enólogos estén formados en Agronomía! Porque un vino que no nació en un gran viñedo nunca va a ser un gran vino; pero el hombre sí puede arruinar un vino de un prestigioso viñedo. Estoy en permanente contacto con los enólogos desde el terruño: seleccionamos parcelas e investigamos sobre lo que puede llegar a suceder en la cosecha. Como familia, damos una sola garantía: nos gustan muchísimo los vinos que hacemos. No puede salir al mercado un producto que no me agrade. Mi padre también aprueba todo. Si un vino no nos llena el alma, no lo lanzamos.
Hablemos de Bodega Luca, tu emprendimiento personal...
Es un proyecto muy divertido que muestra el potencial de las antiguas viñas de la Argentina. Como en Catena Zapata sólo utilizamos uvas de viñedos propios, me obsesioné con trabajar con vides viejas. Así, encontré un par de joyas de malbec, syrah, cabernet sauvignon y pinot noir. A partir de esos hallazgos nació mi emprendimiento, que valoriza los viñedos de productores, algo que no existía en nuestro país.
La vida en spanglish
Entre San Francisco -donde reside actualmente con su marido y sus hijos-, su querida y entrañable Mendoza y “aquellos lugares adonde el vino me lleve”, transcurre el día a día de Laura Catena, quien conserva el tranquilo acento cuyano. “En mi casa hablamos castellano e inglés. A veces mezclo palabras de ambos idiomas”, confiesa, entre risas.
¿Cómo es tu vida en California?
Es muy linda pues no hay piquetes que impliquen demoras de tres horas para llegar a un lugar determinado. Allí no bloquean las calles ni hay manifestaciones violentas. También impera la cultura del ganar más dinero todo el tiempo: en este sentido, me gusta más la Argentina. Si bien soy muy trabajadora -los Catena no paramos-, en nuestro país hay un disfrute que no se da en los Estados Unidos. Del ritual del asado del domingo al mate mañanero y las salidas con amigos: aquí se da un deleite pleno junto a los seres queridos. Puedo ser la persona más trabajadora del mundo, pero sé que cuando estoy con mi familia les dedico tiempo completo. Adoro que el argentino mantenga las tradiciones. El estadounidense, en cambio, por las mañanas corre al trabajo o va al gimnasio, pero no se sienta a tomar un café con alguien. De todos modos, admiro su organización y eficiencia. Allá cumplen con la palabra. Los argentinos somos muy talentosos y, con más relajamiento, muchas veces conseguimos lo mismo. De California también disfruto el clima, los parques y mis amigas argentinas. Sin ellas, sería muy difícil la vida en el exterior.
Robert Parker, creador de Wine Advocate y uno de los gurúes del vino más reconocido del mundo, reconoció a Catena Zapata con el Extraordinary Winery Award 2017 en el marco de los premios Michelin. ¿Qué significan los premios para los Catena, a esta altura de su trayectoria?
Con mi padre siempre decimos que los premios son lo peor que nos puede pasar pues nos da temor no lograr el mismo reconocimiento el año siguiente. Todo el tiempo nos preguntamos cómo hacemos para mantenernos en el mejor nivel. ¡Nunca nos relajamos! Por supuesto, los reconocimientos también nos motivan. En esta última premiación sentí un gran orgullo de trabajar con mi padre. Apenas recibimos el lauro nos autofelicitamos y disfrutamos plenamente el momento. Al día siguiente, cada uno siguió su camino. En lo personal, trato de hacer el esfuerzo de disfrutar los logros. De hecho, hemos organizado pequeñas fiestas en la bodega para celebrarlos. A veces necesito hacer una pausa y evitar ese go, go, go tan americano.
¿Qué referentes te han marcado como líder?
Soy muy sensible al ejemplo de gente como Nelson Mandela o Martin Luther King, mi gran ídolo. Cada vez que escucho su discurso I have a dream, lloro por el sólo hecho de pensar que han tratado a millones de personas como esclavos. Cuando tengo un momento personal difícil, reflexiono, pienso en aquel discurso y concluyo en que no tengo derecho a quejarme de nada.
¿Cómo definirías el gen Catena?
Aún hoy me apasiona mucho el objetivo inicial de mi padre: hacer vinos argentinos que puedan estar entre los mejores del mundo. Con esa meta en la mente, se pueden tomar todas las decisiones. He tenido muchas situaciones difíciles en el camino, pero las he superado con esfuerzo, trabajo y perseverancia. Siempre fui insistente. Anécdota: hace un tiempito le comuniqué a mi hijo Dante que pensaba abandonar un asunto personal. Con sólo 16 años, me miró fijamente y me dijo, en inglés: “Catena are not quitters” (“Los Catena no abandonamos”). Me convenció y seguí para adelante.
¿Cuál será tu legado?
Quisiera elaborar el vino de la edad de uno de mis hijos o nietos, para que ellos puedan vivir la experiencia que tuve con mi padre pero con un vino de nuestra familia. La incógnita es quién de mis familiares podrá disfrutar ese maravilloso momento.
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